La esquina

Karen Ileana
3 min readSep 12, 2023

Ahí estás ensobrado, tuviste un día de mierda. Las llamadas no se hicieron, puteaste a todo el mundo. No llegaste a llorar pero casi. El estrés es un hijo de puta.
Te llaman para almorzar, no vas. Puteás otra vez. ¿Qué es ser un buen jefe? ¿Qué es liderar con estilo y autoridad? Te olvidás, divagás. Hay un momento en la vida de cada persona en que los días malos se convierten en autoreflexiones sobre las idas y vueltas de las decisiones, las cosas sin terminar.

Hace un par de años que venís pensando en pegar el volantazo. Pero justo hoy te invitaron a la fiesta de despedida de tu primo, el que era un diez en todo, que decidió irse, despegar y voltearse a la aventura. Bueno, no es cualquier primo, es ese con el que jugabas con cada muñeco nuevo que salía en la Cajita Feliz. Cada vez que estabas a punto de meterte en el bolsillo alguno de los que tenía, el siempre se daba cuenta, y empezaste a quererlo porque aunque era un egoísta, cuando veía que te estabas por afanar uno de sus preciados juguetitos, te miraba como un adulto que está impidiendo que te la mandes y te decía “ No hagas eso” mientras ponía su manito más chica sobre la tuya, te sacaba el chiche con ruiditos y vos le hacías caso. Sublime.

En fin, es la despedida de tu primo, el mimado de la familia, el que de chiquito parecía tenerla super clara aún con su orgullo, que bien lo tenia porque era de diez en todo.
Hay que estar 19 en punto, ni más ni menos, porque es sorpresa. ¿Y qué pasa? Lo que pasa siempre que hay laburos de mierda y gente de mierda: las horas extra, el trabajo extra, el estrés al mil por ciento. Porque los objetivos, porque las ventas, porque los reportes. Y vos sos el jefe. El que tiene que dar el ejemplo (nunca supiste bien cuál).

Y no llegaste, se fue tu primo.
No llegás a darle tu regalo, que era el único que les faltaba de la saga “Bichos”.
Lo siguiente que imaginaste era emoción, abrazo y sensación de que volvían por momentos a ser esos niños. Pero no sucede.
La adultez le gana al niño una vez más. Pero un par de horas después llegas a la fiesta, te tomas todo y más pero tu cuerpo, tan responsable, al otro día te deposita así con resaca y todo en tu preciada silla de jefe. Más alineado no se consigue.
Otra vez contestando teléfonos, otra vez siendo cordial y exacto, mientras tu gran compinche cruza el atlántico sin ataduras y se acuerda que no te había escrito. El a vos.

¡Zas! Pegás el sobresalto de la pequeña siesta que te tomaste, ahí en esa silla, en esa oficina que da al sol naciente del Rio de la Plata, sentís que tenés hambre, ¿hambre de culpa? ¡No! Hambre de verdad. Bajás y a todo el que te cruzás le decís “Sísi, en un rato lo vemos, dame un segundo”.
Hace un calor infernal, ese que hace que hierva el cemento. Ensalada o hamburguesa. Sacás el auto del estacionamiento, querés buscar algo decente, que te llene de verdad. Sabés que ahí no lo vas a encontrar.
Te subís al auto, encedés y girás. Y así como es la vida misma que no avisa, sentís el golpazo en el borde de tu auto, que como un autoreflejo retumba en tu alma y esta se sale de vos. Lo que sigue es una maniobra voraz que te hace salir de ese embrollo como un campeón. Que el seguro se arregle porque seguro no hay nada.
Pero ese choque en esa esquina, te sacudió como lo necesitabas. Y sin saberlo te decidiste. No por la hamburguesa ni por la ensalada.
“Primo, estoy yendo, a la mierda todo” tipeás y sabés que la mejor aventura es la que te espera.

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Karen Ileana
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